SOLEDAD
EN LONTANANZA
¡Estás
solo!, me dijo el demonio,
y
ningún eco repetirlo pudo.
Era
el momento que despide la tarde,
polvo
extranjero había en mis sandalias,
y
se marchaban las avecillas que no volverán.
Pesado
manto traía la noche con nieve,
exaltando el paisaje indeseable del abandono;
sentí que temblaban mis vacíos bolsillos,
mientras
el frío mordisqueaba otros huesos.
¡Entonces
me quedé sin enemigo!, grité,
deseando
avivar mi valor solitario.
Un
muelle definía la gran lejanía,
y
ningún barco piadoso en lontananza;
solamente
un faro entre acantilados.
Ahí, un ser eviterno contra el final decretó,
porque
su luz dibujó consuelo en la playa,
y
mi sombra se alargó cruzando el mar.
Había
enmudecido el viento arisco,
y
también callaron negros fantasmas,
cuando
lo adverso derrota sufrió,
por desafiar sobrehumana frente pacífica
y sin par voluntad salvadora,
cuyo
dedo señaló mi única ruta, ¡vivir!
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