LA UMBRÍA
MANSIÓN
¡Con rumbo
norte, adelante!,
impulsaba lo
intrépido.
Temerarios mis
pasos fueron,
camino a la
extraña mansión.
Tiritaban los
pinos fornidos,
dejando caer
manchas retintas
en el sendero
sinuoso y ajeno.
A lo lejos, se
veía oscura la finca,
con su atavío de
misterio y nubes;
a mi lado,
espectrales sombras reptaban
borrando los
pasos de peregrino.
Escondidos entre los huraños abetos ,
lamentos del
viento y lobos inquietos,
anunciando el
peligro frente a la noche.
No hallé flores tras
el portal,
ni calor del hogar
en sus murallas,
solo gélida
suerte que no esperaba.
¡Qué palacete de
siniestros tesoros!,
¡pieza de
conquista y combates!
A pesar de todo,
la Luna no me dejaba,
ni los
mortecinos faroles;.
y el plenilunio volando
en lo alto,
cuando el fortín
abrió su corazón.
Poco apoco, en
silencio, y sueños,
ofreció a mi
pluma su aire insomne,
niebla de siglos
con epopeyas.
Y en el tiempo
gravado por rayos,
aquella morada fue
lo que fue;
escudo contra malos augurios,
siempre rodeada por los fantasmas;
pero muy orgullosa
de su abolengo,
en medio del
crujir de dientes;
¡páginas llenas
de historia nocturna!,
¡lo que pudo
resultar silencio en las calles!
Y aunque al
portal las penas clamaban,
me animaron
paradojas de lo contemplativo,
¡en antesala de sus revelaciones!
Puedo asegurar
que no fue ilusión,
descubrir la
miseria del mundo
en su pecho de
piedra y hierro,
¡hasta sentir su
corazón latir!
Mas al acercar
mi oído para escuchar,
borrascas se
unieron a los temores,
reflejando lo
monstruoso por sus ventanas,
¡terribles
figuras humanas rogando perdón!
Solo el milagro
llegó a tiempo,
y del averno su
juramento deshizo,
para salvar mis
poemas y sueños,
temblorosas
hojas junto al delirio;
hasta lograr la
fecha más victoriosa,
no con la
espada, sí con la oración.
Tampoco supe de aplausos del prójimo,
y vítores que
premian hazañas,
solamente suspiros
de ninfas,
antes de cantos
con gallos.
Y al cabo de horas
mustias y sobresaltos,
mi visión
descubrió el gran secreto,
aquello que lo prohibido
supo esconder
con espejismos tentando
mi pluma,
y seres deformes
entre los pinos;
¡extraños
encuentros antes del alba!,
sabiendo que lo
fiel llenaría mi copa,
junto al fogón
solariego y en libertad,
¡no sobre botín
de la magia y cañones!
Pero no fueron
vanas mis horas,
en su intranquila
mansión de las gárgolas,
arcano azul de misterios,
con heraldos que fueron tormentas,
me dijo tener los oídos despiertos;
¡contra muerte, listo el corcel!
Porque así nacieron
de las tinieblas,
estos versos
entre alaridos y búhos,
noble regalo de la
noche sin Luna,
tras el portal en el reino del miedo.
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